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Lo sagrado y lo profano

Par Sophie Archambault

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2 agosto 2023

Foto por Sophie Archambault

Publicado por primera vez en 1957, este trabajo teórico de Mircea Eliade, historiador de las religiones, revolucionó el campo de los estudios religiosos al analizar la experiencia del sentimiento religioso que impregna la vida humana. El autor rumano estudia dos modos de ser-en-el-mundo: el del homo religiosus, lo sagrado, y el del hombre arreligioso, lo profano.

El historiador de las religiones analiza esta dualidad, que recorre las prácticas tanto del hombre arcaico como del hombre moderno. Muestra “la lógica y la grandeza de sus concepciones del Mundo, es decir, de sus simbolismos y sus sistemas religiosos” (p. 11) a través de su experiencia individual y colectiva de lo sagrado.

Pero, ¿qué es lo sagrado y, sobre todo, cómo podemos reconocerlo? Según Eliade, lo sagrado es simplemente lo que no es profano. Mientras que la vida cotidiana y banal se refiere a lo profano, todo lo que está “saturado de ser” (p. 18) y que revela, para nuestra conciencia, una realidad distinta y trascendente se refiere a lo sagrado. Por ejemplo, aunque un árbol siga teniendo las cualidades biológicas de una gran planta, el homo religiosus ve en algunos de ellos una realidad ontológica distinta y adicional: árboles de Vida que proporcionan una conexión con lo divino (pensemos, por ejemplo, en el famoso árbol de la mitología escandinava, Yggdrasil).

Lo sagrado nos permite vivir en un Mundo que crea sentido para nosotros.

 

El espacio y lo sagrado

 

El espacio sagrado es heterogéneo, porque está delimitado del espacio profano por las hierofanías, es decir, “una irrupción de lo sagrado que tiene por efecto separar un territorio del medio cósmico circundante y hacerlo cualitativamente diferente”. (p. 29) Ya se manifieste en la casa, la ciudad, el templo, una planta o una montaña, la hierofanía permite al hombre religioso dar una estructura espiritual a su propio Mundo, como ocurre, por ejemplo, con la zarza ardiente bíblica.

Puesto que el Mundo está ordenado según el punto de referencia que es la hierofanía, el hombre religioso es capaz de orientarse significativamente en el espacio aboliendo el mundo profano, confuso y desorganizado. Se trata de aniquilar el Caos para vivir en el Cosmos creado por el dios o los dioses.

La hierofanía crea una apertura hacia lo divino creando un axis mundi, un Centro Simbólico del Mundo donde los dioses pueden encontrarse. Si las iglesias medievales, vistas desde arriba, tienen forma de cruz, es porque la creencia en un lugar de culto como punto de encuentro entre el cielo y la tierra configuró la vida del homo religiosus. Para mantener esta conexión con lo divino, el hombre religioso debe actualizar continuamente la creación divina de su Mundo repitiendo simbólicamente el nacimiento del Cosmos -la cosmogonía- a través de las modificaciones que realiza en el espacio. Por muy común que nos parezca construir una casa, para el hombre religioso, significa ante todo repetir los gestos de los dioses que construyeron el Mundo antes que ellos.

 

De ello se deduce que toda construcción o fabricación tiene como modelo ejemplar la cosmogonía. La Creación del Mundo se convierte en el arquetipo de todo acto creativo humano.

(p. 45)

 

El tiempo y lo sagrado

 

Para el homo religiosus eliadiano, el Tiempo Sagrado está fuera de la Historia. En efecto, “el Tiempo Sagrado es, por su propia naturaleza, reversible, en el sentido de que es, estrictamente hablando, un Tiempo mítico primordial hecho presente” (p. 63) a través de prácticas rituales. A través del ritual, el tiempo adquiere cualidades cíclicas. Los acontecimientos que tuvieron lugar en el nacimiento del mundo pueden reproducirse sin perder sus características mitológicas.

Para el hombre religioso, el tiempo es inseparable del espacio, ya que ambos parámetros forman parte de la obra original de los dioses. Así, al actualizar constantemente el Cosmos mediante diversos rituales, están afirmando tanto la perdurabilidad del Mundo como el Tiempo sagrado en el que vive.

Pensemos en la famosa práctica de la fiesta de inauguración de una casa, un ritual de origen medieval en la cual la cremallera[1] era el último instrumento instalado en la casa, marcando así el final de su construcción. Con la finalidad de cocinar los alimentos a la perfección, colocando el caldero ni demasiado cerca ni demasiado lejos del fuego, este ritual retoma una mitología propia del hombre arcaico que explica cómo surgió la realidad cósmica.

Este mito afirma que el Cosmos, para ser habitable, fue creado por los dioses de forma que no estuviera ni demasiado cerca ni demasiado lejos del Sol. Al repetir simbólicamente la cosmogonía con el caldero, el pueblo religioso la actualiza y renueva la sagrada habitabilidad del Mundo convirtiéndose en contemporáneo de su (re)creación. Mediante este rito, se sitúa a la vez en su propio Tiempo y en el Tiempo de los orígenes del Mundo.

 

Para él, se trata de un retorno al Tiempo del Origen, cuyo objetivo terapéutico es recomenzar la vida, nacer (simbólicamente) de nuevo.

(p. 75)

 

La naturaleza y lo sagrado

 

Si el Cosmos está saturado del Ser, es porque los dioses “han manifestado las diferentes modalidades de lo sagrado en la estructura misma del Mundo y de los fenómenos cósmicos”. (p. 101) Por citar sólo algunos, el cielo y el agua desempeñan un papel activo en la santificación del Mundo y, por tanto, en la omnipresencia del sentimiento religioso.

Si la bóveda celeste es reconocida como la morada de los dioses, es esta creencia mítica la que desempeñó un papel activo en el establecimiento de la altura como atributo supremo de la divinidad. El hombre religioso, en su arquitectura, sus prácticas y su elección de moradas geográficas, tiende constantemente hacia lo Más Alto. Ello se debe a que “el sentimiento religioso de trascendencia divina es estimulado, suscitado por la existencia misma del Cielo”. (p. 103)

Numerosas religiones y sistemas espirituales afirman la presencia de aguas incluso antes de la creación del Cosmos, como ocurre en la mitología egipcia. No es para menos, porque esas aguas primordiales son “el depósito de todas las posibilidades de existencia; preceden a toda forma y sustentan toda creación”. (p. 112) Por eso el agua se utiliza en numerosos ritos para marcar el paso de un estado humano a otro. Es el caso del bautismo, sacramento del nacimiento de todo ser humano a la vida cristiana.

 

¿Qué hay del hombre religioso en la actualidad?

 

Desde la industrialización, el homo religiosus se ha vuelto más tímido: la casa ya no es una réplica consciente del Cosmos, sino más bien una “máquina para vivir en ella” (p. 49), el Tiempo ha recuperado su linealidad histórica, y la crisis ecológica atestigua que la naturaleza se ha desacralizado enormemente. Pero, ¿a qué se debe este sentimiento solemne que nos invade cuando nos encontramos ante una imponente cascada o, por el contrario, en un bosque denso y tranquilo? ¿Por qué las fiestas de Año Nuevo siempre nos dan la impresión de que el Mundo y el Tiempo se renuevan? ¿Por qué la graduación escolar es un ritual tan importante para poner de relieve una transformación de la identidad?

El concepto del Mundo y del Tiempo tal y como se experimentaban en el pasado pueden ser cosa del pasado, pero a través de la religión o la espiritualidad, el sentido de lo religioso permanece y nos ayuda a través de las distintas etapas de nuestra vida. El mundo no se está desacralizando por completo, simplemente está cambiando. Ahora depende de nosotros ocuparnos de él.

 

Del mismo autor:

 

Otros textos de Eliade tratan de desentrañar las zonas grises del fenómeno religioso. Le Mythe de l’éternel retour, Tratado de Historia de las Religiones, Imágenes y Símbolos (Le Traité d’histoire des religions, Images et symboles) e incluso obras como Herreros y Alquimistas (Forgerons et alchimistes) son sólo algunos ejemplos. El teórico también fue novelista: El Bosque Prohibido (La Forêt interdite), Bodas en el Paraíso (Noces au paradis) e Isabel y las Aguas del Diablo (Isabelle et les eaux du diable) son sus relatos más conocidos.

 

Nota :

 

[1] Una varilla con dientes, fijada en la chimenea, de la que se cuelga una olla o caldero por encima del fuego.

 

ACERCA DE SOPHIE ARCHAMBAULT

Estudiante del Máster en estudios literarios, Sophie lee y escribe para entender mejor al ser humano, la sociedad, pero sobre todo al mundo en el que vive. Noctámbula, sus lecturas nocturnas sobre la espiritualidad y los fenómenos religiosos han acrecentado su interés por el concepto de lo sagrado. Amante de la naturaleza y sus peligrosas bellezas, la mitología, la historia del arte y todo lo que requiere creatividad, Sophie gusta de encontrarse a sí misma a través de estas pasiones para luego abrirse al mundo que la rodea.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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